Contornos de la angustia. De Freud a Lacan

Una observación clínica condujo a Guy Trobas a iniciar su investigación sobre la angustia. Destacada por Sigmund Freud como “origen de todos los afectos”, la angustia interpela el núcleo más íntimo de cada sujeto y se posiciona como el primer fenómeno afectivo.


Prólogo



¿Qué es la angustia? Son muchos los que podrían responder a esta cuestión, sea porque entienden haberla experimentado –a veces ocasionalmente–, sea porque escucharon a otros cercanos hablar de ella, o porque la comprobaron por sí mismos al estar delante de alguien que se encontraba bajo su dominio. Así, hay una experiencia de la angustia.

La angustia es una noción corriente que puede volverse vaga a pesar de lo que su etimología latina indica: angūstia quiere decir “estrechamiento”. En francés, “La poire d’angoisse” es una expresión que alude a una mordaza, a una sensación que, cuando aprieta, es difícil poder decir de qué se trata.

Este libro aborda el problema desde el punto de partida, desde su base, es decir, a partir de la clínica, para interrogar lo que podría denominarse una clínica de la angustia. Conviene precisar que el autor sitúa de entrada esta clínica en tanto es cuestionada a partir del psicoanálisis. Entramos de lleno allí con interrogantes múltiples e indispensables, cuyas respuestas incisivas o embarazosas ante la dificultad de decir o describir lo que es la angustia no habían tenido su justo lugar hasta el momento. Se cree saber lo que es la angustia, y uno se pierde en ella; clínicamente, por supuesto.

Hablar de clínica implica precisarla; es lo que Guy Trobas hace cuando parte de las palabras recopiladas de boca de sus pacientes, y esto desde las primeras entrevistas. No retrocede ante la dificultad de discernir lo que no se dice como tal ni se muestra en tanto tal. En esto, la angustia se distingue del síntoma, y el autor señala que esta distinción será su hilo conductor.

El comienzo del libro nos proporciona un mosaico de fenómenos clínicos que dan cuenta de la labilidad de la angustia y de la variedad de sus expresiones. Es seguro que este modo de abordaje no aclara de qué se trata esta noción, más bien la vuelve opaca, que es a lo que el autor apunta con rigor al despejar de esta fenomenología imprescindible ejes temáticos que permiten primeras orientaciones.

La clínica –subrayaba Jacques Lacan– consiste, por un lado, en lo que se dice en un análisis, y, por otro, en volver a interrogar lo que Freud dijo, lo que él mismo puso en práctica.

Esta clínica de la angustia –que viene de lo real y que también apunta a este real, que es aquello a partir de lo cual el psicoanalista orienta su acción– debe apoyarse obligatoriamente en las elaboraciones teóricas acerca de su naturaleza. En consecuencia, es imposible saltearse los recorridos de Freud y de Lacan para dar a esta clínica su valor psicoanalítico. Es, además, lo que permite salir de la noción para entrar en la vía del concepto. Sin los textos de Freud, que dan consistencia al psicoanálisis, sin este saber textual, la clínica quedaría huérfana, sería inconsistente, nos confundiría. Añadiremos que la enseñanza de Lacan toma el relevo precisamente a partir de las aporías a las que llega Freud.

Es lo que este libro propone como guía, lo cual no es poco decir, puesto que el camino es, como mínimo, complejo. Solo en lo que concierne a Freud, se trata de un recorrido de más de treinta años de indagación sobre la angustia –de las “Cartas a Wilhem Fliess” (1887-1904), pasando por “Inhibición, síntoma y angustia” (1926), a las “Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis” (1932)–. Sigue luego el itinerario de Lacan, que no es menos extenso: de “Los complejos familiares” (1938) al seminario “La angustia” (1962-1963), que es el período más importante de su elaboración sobre el tema.

Cuando observamos el tiempo consagrado, por uno y otro, a interrogar una noción como la de la angustia con el fin de extraerle su opacidad, solo podemos inclinarnos y ser humildes ante la tarea que el psicoanalista tiene por delante. Sin esta dificultad, esa tarea se reduciría a la de un clínico cuya práctica no necesitaría ser esclarecida para ser eficaz.

Del cuestionamiento de Freud sobre la angustia surge y se forjan otras nociones y conceptos del psicoanálisis. Por ejemplo, la libido, el síntoma, el yo, el desamparo (Hilflosigkeit), y hasta ese tiempo que el inconsciente no conoce y que, respecto de la angustia, es absolutamente esencial, junto a la famosa espera (Erwartung), retomada por Lacan en su seminario.

Ya sea por desamparo o por espera, el Otro, en ambos casos, no responde. Lacan, prolongando a Freud, muestra cómo la angustia es una respuesta que, por una parte, le impide al sujeto hundirse en el desamparo absoluto y, por otra –aporte importante de Lacan–, mantiene un vínculo estrecho con el deseo.

Por supuesto, no olvidamos la angustia de castración, que es donde desemboca Freud para decir que finalmente toda manifestación de angustia remite a ella, lo que deja abierta una aporía importante respecto de lo que sucede en este punto con la mujer, problema que Lacan retomará para ir más allá de la castración edípica.

Hay aquí articulaciones destacadas por Guy Trobas con una gran agudeza; entre otras, indica una continuidad sólida de Lacan respecto de lo que Freud había precisado acerca de la angustia como señal en el yo. Sobre este afecto, que no engaña, claramente experimentado en el cuerpo, Lacan va a decir que es señal de peligro para el sujeto y no para el yo. La angustia no se produce al nivel del deseo, cuyo lugar no está definido, no obstante, se produce en la proximidad del deseo del Otro: “La angustia es –como lo formula Lacan citado por Trobas– la sensación del deseo del Otro”. Y, como el deseo no es el lugar de la angustia, este se vuelve aún más su remedio.

Tenemos luego, para acercar estructuralmente la cuestión de la angustia respecto de su tópica, el recurso esclarecedor al estadio del espejo de Lacan, con su prolongación en el esquema óptico que desarrolla en su “Observación sobre el informe de Daniel Lagache” y retoma en su seminario sobre la angustia. ¿Qué es lo que proporciona esta incursión en los esquemas? Diremos que es la relación del cuerpo con el objeto, pero, además, la implicación del falo en el lugar donde se produce la angustia: el yo ideal –ilustrado en el esquema con la sigla del falo (ϕ) en el lugar de los objetos en el cuello del florero–.

Es este falo el que Lacan retomará por su vínculo con la angustia en el hombre, pero también en la mujer, sobre el final del seminario. Guy Trobas no trata este último punto que, sin embargo, señalamos: la prolongación de la elaboración freudiana con respecto a la mujer, tratándose de la angustia de castración.

Si bien la angustia en la mujer es más importante que en el hombre, como lo notó Kierkegaard y Lacan lo confirmó, no puede decirse que para la mujer la angustia se relacione con la castración. Este asunto ya está resuelto para ella, subraya Lacan. En ella, la angustia se produce más bien por su relación con el deseo del Otro, articulado con su demanda de amor.

Lacan no duda en decir que la mujer está “condenada” a amar al hombre como Otro solo en un punto, que resulta también para ella un obstáculo para el deseo: el falo. De ahí su espera angustiada por apuntar al falo en el amor, lo que da a esta clínica propiamente femenina la tonalidad de la espera infinita en dicho amor. En cuanto a su propio goce, que está más allá de la castración, no se conjuga con el Otro.

A pesar de que Guy Trobas no aborda el desarrollo de Lacan sobre esta particularidad de la angustia en la mujer, en el sentido de no estar directamente vinculada con la castración, la cuestión está muy presente en su clínica, precisamente en un caso que despliega en el final del texto: sobre un fondo de angustia lancinante, se produce en esta mujer un sufrimiento devastador. Su sed de amor, que es también búsqueda del falo, excluye para ella todo encuentro con el objeto causa de su deseo.

Comenzar su escrito con viñetas clínicas que interrogan el lugar de la angustia y su función, y finalizar con casos cuyas respuestas las proveen los mismos sujetos en análisis es, en este bucle que destacamos, una apuesta exitosa del autor. Aún más, puesto que el libro culmina con la posición del analista respecto de la angustia, diríamos que abre una vía de indagación para los analistas. Porque es precisamente en este punto que Guy Trobas concluye, mientras espera que su escrito abra nuevos interrogantes sobre el tema.


LILIA MAHJOUB

FEBRERO, 2020


TRADUCCIÓN

GUY TROBAS

DAMASIA A. DE FREDA